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Es verdad que en los últimos tiempos es más común oír y leer acerca de las emociones, de los estados de ánimo, de las crisis existenciales y los traumas, y se están expandiendo muchas terapias y disciplinas que apuntan a la resolución de los conflictos de esta índole y a la búsqueda del equilibrio emocional y espiritual, pero aún falta mucha tela que cortar para que podamos decir que nos tomamos en serio nuestra salud emocional.
Lo cierto es que el estado mental y emocional de una persona influye y determina su calidad de vida, incluso en los síntomas y enfermedades que expresa a nivel físico, además de condicionar sus relaciones con las demás personas y consigo misma, y también tiene un efecto importante en la consecución de sus metas y propósitos de vida. Si imaginamos que nuestro cuerpo físico es un coche, las emociones y los pensamientos serían el tipo, la calidad y la cantidad de combustible que le echamos dentro para poder funcionar y llevarnos a donde queremos ir. Si ese combustible es corrosivo, tóxico y dañino, y si disponemos de muy poco combustible del bueno, lo más probable es que vivamos quedándonos a mitad de camino y hasta seguramente que dañemos nuestro vehículo, teniendo que atender y resolver sus averías para poder continuar. Entonces, no dudaremos en que si queremos tener un vehículo en condiciones para ir a donde queremos ir en nuestra vida, necesitamos limpiarlo del combustible malo y reemplazarlo por el bueno.
Pero claro, hay un gran detalle, y es que no somos vehículos sino seres humanos, y esto quiere decir que no podemos simplemente dejar de sentir las emociones desagradables con un chasquido de dedos y para siempre. No es posible ni natural que nunca más nos enojemos, o que nunca más sintamos miedo, o que jamás volvamos a entristecernos. Es parte de la experiencia humana, y puede ser también una gran forma de aprendizaje y de evolución personal si aprendemos qué hacer con esas emociones. El bienestar emocional no tiene que ver con dejar de sentir las emociones desagradables sino más bien en saber qué hacer con ellas. Volviendo al ejemplo del vehículo, asumiremos que más de una vez se nos va a colar combustible que puede transformarse en malo, y la cuestión será estar atentos a ello y saber cómo actuar para evitar que el coche se intoxique y que nos impida llegar a destino.
Dicho esto, es importante que sepamos que no hay emociones buenas y emociones malas, es más justo decir que hay emociones agradables y emociones desagradables. No es malo enojarse, ni tener miedo, ni estar tristes, ni sentir culpa. Enojarnos, por ejemplo, nos sirve para poner límites, tener miedo nos ayuda a fortalecernos para los nuevos desafíos, estar tristes es necesario para atravesar un duelo por una pérdida, y sentir culpa nos ayuda a hacernos responsables de lo que nos corresponde. Lo malo es cuando alguna de estas emociones se transforma en un estado permanente que nos impide avanzar, y entonces ya no hablamos de emociones sino de estados emocionales. ¿Y cuándo una emoción se transforma en un estado emocional?: cuando no sabemos qué hacer con ella y la gestionamos de forma incorrecta, la dejamos echar raíces, nos aferramos a ella y la volvemos parte de nuestra forma de ser.
Puede haberte pasado o habrás conocido a personas que viven siempre enojadas, o que asumen la culpa de todo, o que son temerosas o tristes la mayoría del tiempo. Y lo que es más común, personas que se aferran al enojo por lo que alguien les hizo, o que tras una pérdida nunca se les fue la tristeza, o que no realizan el cambio que quisieran en su vida por miedo, o que jamás superaron la culpa por algún error que cometieron. El hecho que desencadenó a esa emoción desagradable está constantemente presente en sus pensamientos, reviviendo las sensaciones una y otra vez, “resintiendo” lo que sintieron cuando sucedió aunque hayan pasado meses o años. Lo que pasa aquí es que la emoción no fluyó, quizás porque no se la expresó o porque se la expresó de una forma destructiva, o tal vez por la falta de aceptación de lo sucedido, o tal vez porque el aferrarse a la emoción proporciona cierta comodidad de no resolver cuestiones que no se quieren o no se atreven a resolver. No saber qué hacer con la emoción o gestionarla de un modo equivocado hace que la misma se atasque y se convierta en un estado emocional.
Otra forma de atascar a la emoción es, en principio, no reconocerla, ya sea por ser incómoda o porque si la reconocemos deberemos actuar en algún sentido que nos desagrada, o con el fin de evitar conflictos. Así, es común pasar por alto el enojo, fingir que no estamos tristes o disfrazar el miedo de prudencia. Hacemos de cuenta que no sentimos la emoción, la guardamos, la escondemos, intentamos ahogarla, pero sucede todo lo contrario. La emoción permanece, puede que hasta crezca, y termina afectándonos en muchos aspectos, incluso físicamente.
Pero entonces, ¿qué hacer con las emociones que nos desagradan?
1. El primer e indispensable paso será reconocer lo que estamos sintiendo, sin temer a las emociones, recordando que como humanos que somos es de humanos sentirlas. Y además es necesario, ya que cada emoción nos ofrece una oportunidad de reparar, de replantear, de corregir, de cambiar, de sanar y de evolucionar. Para reconocer lo que estamos sintiendo es preciso ser honestos con nosotros mismos por más incómodo que sea y escuchar lo que está sucediendo en nuestro mundo interior. Técnicas como la meditación y distintas terapias pueden ayudar a identificar las emociones, pero muchas veces es suficiente con poner en silencio el ruido mental, respirar profundo y con mucha atención permitirnos sentir.
2. Luego de reconocer la emoción que nos está habitando, será necesario expresarla. Las emociones son caudal de energía que atraviesa nuestro ser, y que por lo tanto debe fluir. Podemos expresarlas en soledad, por ejemplo, hablándonos en el espejo, escribiendo, pintando, llorando, incluso golpeando una almohada si necesitamos hacer una descarga física. También podemos compartirlo con alguien más que pueda ofrecer contención y apoyo, como ser un amigo o un terapeuta. Cuando el hecho que desencadenó a la emoción involucra a otra u otras personas, resulta muchas veces necesario generar el espacio para una conversación donde podamos manifestar nuestras emociones, siempre en forma sana, desde el respeto y desde lo que estamos sintiendo, evitando juicios y malinterpretaciones, y buscando el lado constructivo de la situación.
3. Cuando logramos reconocer lo que sentimos y expresarlo de modo saludable, será imprescindible descubrir el mensaje personal que nos está trayendo la emoción en cuestión. Puede que nos hable de la necesidad de poner límites, de hacer una pausa en cierta situación, de mejorar algún aspecto de nuestra vida, de generar un cambio, de asumir responsabilidades que veníamos esquivando, de acercarnos o alejarnos de determinadas relaciones, incluso de mejorar la relación con uno mismo. Cualquier mensaje que nos trae la emoción implica en mayor o menor grado la necesidad de tomar decisiones. Si descubrimos de qué se trata ese mensaje tendremos la oportunidad no sólo de hacer que la emoción fluya y no se estanque, sino además de que no se repita en nuevas situaciones por no haber entendido dicho mensaje. ¿Y cómo lo haremos? Por medio de la reflexión, de la escucha interior, el autoconocimiento y la compresión de nosotros mismos.
4. Reconocimos la emoción, la expresamos, nos escuchamos a nosotros mismos y entendimos el mensaje, y tomamos una decisión. Aquí sólo nos queda ejecutarla, llevar a la realidad el cambio que necesitamos hacer, los límites que necesitamos poner, la responsabilidad que necesitamos asumir. Es hacernos cargo de la parte que nos toca para sentirnos mejor y para mejorar nuestra vida, para avanzar en nuestro bienestar emocional. Tengamos en cuenta que si dejamos esa decisión en la nada no sólo no resolveremos lo que nos sucede, sino que además profundizaremos cada vez más el pozo emocional que nos hemos hecho y cada vez será más difícil salir. Por lo tanto, ¿qué mejor momento para comenzar a trabajar en nuestro bienestar emocional que hoy mismo?

También existen emociones agradables que nos hacen sentir plenos y felices, como la alegría, la gratitud, el erotismo y el asombro. Ante estas emociones es importante actuar casi del mismo modo que con las emociones desagradables: reconocerlas, expresarlas, comprender su mensaje, y de ser el caso, tomar decisiones. Pero aquí lo que buscaremos será aprovecharlas al máximo, anclarlas todo lo posible en nuestra vida, repetir y multiplicar las situaciones que nos hacen sentirlas, y eliminar o menguar las situaciones que nos alejan de ellas, lo que se traduce en aumentar y nutrir nuestro bienestar emocional. Dicen que la felicidad es la suma de pequeños momentos felices, entonces cuanto más espacio les demos a estas emociones en nuestra vida, más plena y más feliz será esta.
A nadie le gusta vivir permaneciendo en el enojo, en el miedo, en la culpa o en la tristeza. A nadie le gusta no ser feliz. Por eso, más allá de que la felicidad signifique cosas distintas para cada uno de nosotros, hay un camino que es común a todos y absolutamente necesario, y es el camino del bienestar emocional. Si estás atrapada o atrapado en un estado emocional que te hace infeliz, te invito a amigarte con tus emociones, a conocerte a través de ellas y a transformar lo que te hace permanecer allí. Verás qué maravilloso resulta cuando comprendes que todas las emociones, sean cuales sean, están de tu lado.